
Pero cuando notó el bolígrafo sobre su piel a cuadros, supo que pertenecía al cuaderno de matemáticas y que solo podría tener sumas, restas, multiplicaciones, divisiones o un par de ecuaciones de segundo grado… así que se arrancó y con la cicatriz de la espiral en su costado se deslizó en el interior de un libro de poemas para quedarse allí por siempre.
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